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El miércoles 15 de febrero del 2012, la revista Capital City Weekly publicaba que un adulto toma en media unas 35.000 decisiones al día. ¿Es un número muy alto, quizá muy bajo? Poco importa si esta cifra es exacta o no, la realidad que esconde debajo es lo verdaderamente relevante. Tomamos miles de decisiones a diario, de forma consciente o inconsciente. Desde cómo nos peinamos o nos lavamos los dientes, hasta cómo nos vestimos o qué compramos en el supermercado, nuestros cerebros están a pleno rendimiento haciendo múltiples elecciones.De entre todas esas decisiones sin embargo, hay algunas que nos resultan indiferentes y otras que por el contrario pueden determinar nuestra vida. Sin duda, decidir afrontar el reto de una oposición entra dentro de esta segunda categoría.
Desde un punto de vista racional tomar la decisión de estudiar una oposición implica que la valoración de los costes y beneficios del proceso que se va a vivir arroje un saldo positivo. Los costes son de sobra conocidos: número de plazas reducido, incertidumbre en cuanto a la fecha de convocatoria, coste económico, renunciar a mucho ocio, a una vida social más activa, el enorme esfuerzo mental para estudiar, la disciplina, constancia y dedicación, la soledad, la incomprensión, en fin no sigo, no sea que mis comentarios desanimen a alguien que ya lo tenía decidido. Analicemos los aspectos positivos, que son muchos, pues si no nadie se plantearía ni si quiera la posibilidad de estudiar. Tener un puesto fijo asegurado, con un salario más o menos adecuado, unas jornadas que permiten conciliar la vida personal y profesional, la posibilidad de disfrutar de excedencias, determinados días libres para cubrir necesidades personales (los famosos “moscosos”), sistemas de promoción interna en teoría más justos que en el sistema privado, puestos bien definidos en cuanto a las tareas a realizar, el premio a la antigüedad, los conocimientos que se adquieren durante todo el proceso, se apruebe o no, la enorme satisfacción del aprobado e incluso poder llevar a cabo la “vocación de servicio público” en pos de una sociedad mejor.
La neurociencia nos ha demostrado que nuestras decisiones no son sólo racionales y que las emociones tienen mucho que opinar, como ya dejó entrever de forma intuitiva Pascal “el corazón tiene razones que la razón ignora”. Nuestras experiencias pasadas, el contexto en el que nos desenvolvemos, la anticipación de emociones futuras, son sólo ciertos aspectos que van a afectar nuestra forma decidir. Y todo ello, lejos de ser un obstáculo puede ser la gasolina que nuestro motor necesita para seguir activo día a día, independientemente de las dificultades que se nos presenten. Las emociones, como su propio nombre nos indica: “e-movere”, nos invitan a la acción. Tomar conciencia de las mismas y actuar en consonancia con un propósito mayor es la clave para afrontar este reto con determinación.
Te voy a invitar a que te hagas una pregunta ¿para qué quieres estudiar la oposición? Es importante que contestes de una forma simple y empezando tu frase con la fórmula “Para…”. Por ejemplo, “para ejercer en algo que me apasionaría”. Una vez hayas contestado, vuélvete a preguntar “¿para qué quieres ejercer en algo que te apasionaría”. Continúa el proceso contestando siempre con un “para…” y no con un “porque…”. Llegará un momento que entres en un bucle, es decir, contestarás lo mismo o algo parecido y esa será la verdadera razón por la que querrás opositar. Ahí tienes tu verdadero propósito.
Desgraciadamente, son muchos los que se plantean objetivos que no encajan con su propósito y una vez los consiguen, su satisfacción y recompensa es efímera. ¿Te has preguntado alguna vez qué hace que personas de la talla de Nadal, Djokovic o Federer, se dejen la piel entrenando día a día? Si centraran su atención en la dureza de los entrenamientos diarios probablemente habrían abandonado hace ya mucho tiempo. ¿Qué les mueve? ¿Qué ven más allá de su objetivo? Ahí probablemente reside su grandeza.
Estudiar una oposición es sin duda un gran reto que va a requerir de todo tu esfuerzo pero tú tienes la gasolina que te alimenta día a día. Tu optimismo, tu ilusión, tu capacidad de trabajo, son sólo algunas de las cualidades que tienes para mirar más allá de tu día a día y alcanzar tu propósito.